Antes de nada desde aquí quiero agradecer a nuestros amigos
Tarja y Orthos por si no les conocéis del blog: http://amigosdesabores.blogspot.com/, os recomiendo que lo visitéis, bueno pues quiero agradecerles de todo corazón el que me hayan enviado estas preciosas imágenes para ilustrar mucho mejor esta leyenda, cuando vi la leyenda enseguida me acorde de una imagen que había puesto Orthos en una entrada suya, le pedí permiso para poder ponerla ya que le iba mucho, y en vez de una imagen me enviaron todas estas que son una maravilla, las imágenes bonitas son la de ellos, la de los indios es de la red:),
muchísimas gracias a los dos.
Las huestes españolas habían llegado a Córdoba, a la Nueva Andalucía como la llamaban por la semejanza que encontraron en el paisaje de esta región del pais, con el de la hermosa provincia española.
Mediaba el Siglo XVI. Grandes extensiones de tierra deshabitada ofrecían su belleza natural a los ojos cansados de los conquistadores, fatigados de recorrer leguas en busca del lugar propicio para instalarse y cumplir sus propósitos de colonización.
Bosques naturales cargados de aromas silvestres, eran melodiosas cajas musicales animadas por los trinos y los gorjeos de los pájaros, que dueños absolutos del follaje, cantaban su canción de libertad desde que la aurora adornaba sus nubes rosadas y de color añil, con el oro que le prestaba el sol naciente.
La sierra a lo lejos, ofrecía el hermoso espectáculo de sus cumbres color pizarra, destacándose sobre el fondo celeste del cielo.
Allí buscaron refugio los expedicionarios y allí pasaron la noche, en descanso reparador de energías perdidas, dispuestos a proseguir la marcha hacia el norte en cuanto el amanecer despejara las tinieblas. Esa mañana muy temprano ya estaban en pie, listos para continuar la expedición.
Durante días y días siguieron la marcha, hasta que llegaron a un lugar en el que la naturaleza había entregado sus dones con la prodigalidad de una madre generosa. La vegetación exuberante compartía la belleza de sus verdes intensos con brillo de esmeraldas, con las piedras de todo color y tamaño que formaban las sierras, con las corrientes de agua, que deslizándose por las laderas de la montaña, formaban arroyos, riachuelos y vertientes, o caían en rumorosas cascadas que al ser alcanzadas por los rayos del sol, se descomponían en los colores del iris.
La región estaba habitada. En prudentes investigaciones, los españoles comprobaron que allí vivían mas o menos cuarenta familias indígenas.
Tomando las necesarias precauciones, abandonaron su lugar de observación en el que se hallaban a cubierto de las miradas de los indios, dirigiéndose directamente a entrevistar al cacique que gobernaba esa tribu, tratando siempre de evitar la fuerza, empleando en cambio medios pacíficos para realizar la conquista. Sin embargo iban preparados para hacer uso de sus armas si el caso lo requería.
Nunca supusieron que con tanta facilidad lograrían sus deseos, pues los indios en lugar de recibirlos en son de guerra, lo hicieron con la mas acabada demostración de amistad.
El cacique se llamaba Unquillo, de alta talla y buen aspecto, vestía una túnica larga con guardas verticales de colores y se cubría con un manto de cuero pintado y adornado con chaquiras, en su cabeza llevaba plumas de cobre.
Unquillo entro en tratos amistosos con el jefe de los expedicionarios españoles y después de hacer un convenio entre ambos, permitió a los extranjeros que se instalaran en sus dominios. La instalación de estos les ocupo varios días, pues las costumbres y viviendas de los indios
Comechingones que eran los que allí habitaban, diferían por completo de las de los españoles.
Sus viviendas eran grandes, bajas y construidas semienterradas, entrando en ellas como si lo hicieran a un sótano. El capitán español, intrigado ante esta forma de construcción, interrogo al cacique sobre la razón que tenían para hacerlo así, a lo que Unquillo respondió:
- Muchas veces aprovechamos las cavernas naturales que nos ofrece la montaña, a las que cubrimos con pircas para que resulten mas abrigadas, otras veces las hacemos así para suplir la falta de madera y siempre para protegernos del frío.
Era un pueblo de agricultores, cultivaban maíz y porotos, se alimentaban de esos productos, de animales que cazaban y de algunos pescados, criaban llamas y viculas aprovechando su lana en la fabricación de tejidos, tenían gran habilidad para tejer redes.
Las relaciones entre los indígenas y los españoles se afianzaban día a día. En cierta ocasión, los naturales se ofrecieron para guiarles hasta un lugar cercano, donde dijeron abundaban las corrientes de aguas cristalinas, merced a ellas, el valle al conjunto del riego natural y copioso, se convertía en un sitio de vegetación exuberante, rico en arboles corpulentos y en plantas lozanas. Cascadas rumorosas caían por las laderas de las montañas con sonido de cristal yendo a echarse a alguno de los tantos riachos que cruzaban la tierra en todas direcciones. Ante tal perceptiva aceptaron complacidos los españoles la invitación, saliendo a la mañana siguiente en dirección a ese sitio privilegiado entre tantos hermosos y atractivos.
Cruzaron valles ubérrimos donde crecían los aguaribais, los piquillines, las acacias, los pinos y los sauces, donde los amancais florecidos perfumaban la atmósfera con su delicado y persistente aroma, donde las achiras ostentaban el rojo y el amarillo de su floración destacándose sobre el verde de las hojas y donde la brisa, perfumada de menta y de tomillo soplaba con tanta suavidad que apenas movía las ramas.
Próximos a llegar, escucharon el rumor de las corrientes de agua, era un brillante día de sol y el cielo sereno parecía un cristal azul. Cuando llegaron al sitio prometido, elogiaron la singular belleza del paisaje coincidiendo con los naturales en su admiración por el lugar. Uno de los españoles, a quien la larga marcha había dado sed, tomo un cántaro de barro y se dirigió a la vertiente a llenarlo de agua fresca. los otros se sentaron a descansar bajo los arboles y a gozar de la tranquilidad que allí se les ofrecía, quedaron mudos, contemplando la belleza que los rodeaba.
De pronto fueron arrancados de su abstracción por los gritos del compañero que se hallaba junto a la vertiente y que sorprendido y azorado gritaba:
- ¡ Venid ! ¡ Esto es un milagro ! ¡ He hallado oro liquido ! ¡ Venid ! ¡ Esta peña esta manando oro ! ¡ Acercaos ! ¡ Mirad !
Al oir tamaña noticia se levantaron los hispanos y corrieron al lugar donde el compañero había hecho el milagroso descubrimiento.
Atónitos quedaron al llegar y comprobar que aquel tenia razón, un chorro dorado brotaba de la roca y se deslizaba por un lecho abierto en la tierra, convertido en una corriente que a poco se transformaba en un ancho río de oro liquido.
Uno a uno no salían de su sorpresa y admiración:
- ¡ Es verdad ! ¡ Es oro ! ¡ Es oro liquido !, bien decían que en esta tierra abundaba el oro...¡ Quien nos hubiera dicho que hallaríamos un manantial de este metal precioso ! ¡ Nunca soñé que el oro pudiera brotar de las piedras ! ¡ Hemos tenido mucha suerte ! ¡ Mirad el río...! ¡ Es oro también !. Es la primera vez que contemplo una roa que mane agua de oro, ¡ Y con que abundancia !. No tenemos mas que estirar la mano para recoger todo el que queramos...¡ No haber traído mas cantaros para llenarlos todos...!
El que había llegado primero no había podido contener un impulso instintivo, como si quisiera apoderarse de todo el tesoro que surgía de las piedras y corría por el amplio lecho, hizo un cuenco con sus manos, lo lleno del liquido codiciado, pero la decepción fue muy grande, en sus manos el liquido dorado era solo agua pura y cristalina, todos quisieron comprobarlo y todos obtuvieron el mismo infeliz resultado, era agua pura la que brotaba de la roca, solo que al correr por un lecho de arena y ser alcanzada por los fuertes rayos del sol, lucia como oro, dorada y brillante semejando ser el mismo metal.
Los indígenas, indiferentes al valor del oro ya conocían el fenómeno, pero nunca lo habían tenido tan en cuenta porque para ellos el oro no tenia la importancia que le daban los españoles. Estos en cambio, impresionados aun por la maravilla del fenómeno que agregaba un atractivo mas al lugar, decidieron llamarle
"Agua de Oro", que es el que hasta hoy conserva.